Carta a los jóvenes españoles del futuro

09.11.2021

La transición española ha llevado a cambiar el concepto de juventud. Antes se creía que los jóvenes no tenían la fuerza ni el conocimiento para cambiar la sociedad, pues se consideraba que eran inexpertos. De hecho, los jóvenes en la época franquista no tuvieron la oportunidad de ser jóvenes, ya que pasaron de ser niños a ser adultos con responsabilidades, que eran básicamente trabajar y sacar la familia adelante.

Ahora, sin embargo, la juventud está más informada, tiene más medios y más oportunidades, por lo que se les tiene más en cuenta.

La realidad española comenzó a organizarse en torno al concepto de democracia. No obstante, nosotras no creemos que se esté utilizando correctamente. Hay que entender que la propia etimología de la palabra griega dice que democracia es el gobierno del pueblo y una de las definiciones actuales es "la democracia es un sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes". Vemos, por tanto, que esto no se está llevando a la práctica y que la democracia en nuestro país no existe. Es más, el cambio democrático debe producirse desde abajo, desde del pueblo, ya que nuestros representantes políticos no conocen la realidad de sus ciudadanos. 

¿Se puede solucionar un país sin saber cómo funciona realmente ese país?


Lo que diferencia a la juventud pasada de la juventud presente es que la primera vivía silenciada y esta última no se calla, pero tampoco es capaz de escuchar al otro.

En los años de dictadura, no era posible opinar en contra del poder establecido, por ello los jóvenes se resignaron a imitar el modelo tradicional. Mientras que la nueva juventud busca luchar contra las imposiciones e intenta configurar un nuevo proyecto de vida, en el que todo el mundo se vea representado.

El problema es que esa "juventud presente" que iba a cambiar la sociedad española, se está haciendo mayor y no ha logrado del todo su objetivo, por lo que ahora está en nuestras manos apoyar y fomentar ese cambio y la evolución. Nosotras somos la nueva juventud.

Es evidente, por tanto, que se está creando un mundo nuevo en el que conviven varias generaciones distintas en su interior. Es, quizá, la primera etapa histórica en la que hay tanta diferencia entre edades, pues hay adolescentes del siglo XXI que viven con personas de la primera mitad del siglo XX.

Esto hace que la convivencia sea más difícil porque hay un gran choque de mentalidades. Por un lado, la mayor esperanza de vida actual muestra una evolución científica en el ser humano y una sociedad cada vez más heterogénea, pero al mismo tiempo supone que un joven de 20 años pueda tener al lado a alguien que ha vivido dos guerras mundiales y dos pandemias, por lo que las ideas que tienen son totalmente distintas, así como los cambios que buscan.

Lo que ha supuesto una traba para el progreso es que la generación de los 60, 70 y 80 padezca el síndrome de Peter Pan, es decir, tenga miedo a crecer, lo que se conoce como infantilismo adulto. Se asocia a problemas para proporcionar seguridad a otra persona, en este caso a las generaciones siguientes, en las que ya entraríamos nosotras.


Esto ha llevado a que, por primera vez, los hijos vivan peor que los padres.

Un ejemplo para entender esto mejor es el mito de Cronos. En él se nos cuenta como Cronos derrotó a su padre con ayuda de su madre porque les había encerrado a él y a sus hermanos en el Tártaro. Sin embargo, Cronos empezó a hacer algo parecido con sus hijos, al comérselos, así que Zeus con ayuda de su madre, lo tuvo que destruir. La moraleja es que este patrón se está repitiendo con las generaciones mencionadas anteriormente.

Estas creían que vivirían jóvenes para siempre y no han sido capaces de responsabilizarse ni de sus hijos ni del mundo que les rodeaba, como puede ser el estado de bienestar o los medios de comunicación.

Puede que en la mitología no hubiera razones similares a las que hay hoy en día, pues nosotras no creemos que nuestros padres quieran acabar conscientemente con nuestra generación, lo que no quita que nos hayan perjudicado indirectamente. Ellos son los que han creado la burbuja inmobiliaria, la televisión basura, los que han hecho que ahora tengamos trabajos inestables, sin contratación fija, con aumento de parados, los que han querido prolongar (como ya hemos explicado) la adolescencia hasta los 50, bloqueándonos el futuro, etc.

Hay, de esta manera, una diferencia entre el poder adquisitivo que tenían nuestros padres y nuestros abuelos con el poder adquisitivo que vamos a tener nosotros. De hecho, esto se puede relacionar con lo que hemos comentado al principio de la sociedad heterogénea. El hecho de que haya tanta gente adulta y, sobre todo, de la tercera edad, en comparación a los pocos jóvenes que hay nos impide ser capaces de mantenerlos, y esto, en parte, es su culpa. Los jubilados se están convirtiendo en la mayoría social y nosotros como jóvenes no tenemos suficiente fuerza económica, política y social para asistirlos. 

En cuanto a esto también podemos comentar que, a diferencia de nuestros padres y abuelos, que se hipotecaban sin saber si sería posible para ellos acabar de pagar esas viviendas o coches, nosotros somos conscientes de que la mejor opción para la vida que podemos llevar es alquilar. Asimismo, nosotras tenemos una concepción distinta de posesiones y propiedades. Para las generaciones anteriores sí era importante sentir que tenían algo propio y, en cambio, nuestra generación no le da tanta relevancia a lo material.

En realidad, no podemos permitirnos el consumo abusivo que nuestros predecesores han hecho y que ha destruido a una pudiente clase media que tenía en común una economía acomodada. Entendemos que este colectivo, en esta etapa de la historia, no guarda ningún tipo de lucha social de fondo. Se trata de una posición más elevada que la de la pobreza, pero por debajo de las familias más prósperas. En menos de una década, hemos pasado de preocuparnos por los mileuristas de la clase media a lamentarnos por sueldos que rondan los 600 euros y que borran la barrera entre la indigencia y el lujo. 


Como consecuencia, surgen los productos y servicios de bajo coste que, en su mayoría, comprometen la calidad de estos, sin dejar de enriquecer a sus empresarios. Pues este tipo de ciudadano hace malabares para cubrir sus necesidades básicas, entre las que se encuentra la alimentación. Y esto que podía entenderse como una etapa de estudio y juventud se arrastra durante años y frustra toda aspiración.

No es posible la actividad intelectual si nos invade el peligro por un plato, el techo, el calor, el traje... Ahora bien, ¿son los productos a imagen y semejanza de las limitaciones de la clase media, más bien baja, o quieren vendernos peores prestaciones que las de nuestros padres? Dicen que somos lo que comemos y los pilares de una sociedad, muchas veces, se encuentran en las cosas más cotidianas. ¿Cómo es la nutrición de la juventud si se compone de hamburguesas a un euro y prensa rosa?

Ya adelantaba José Ortega y Gasset en sus Meditaciones del Quijote que la tradición de España ha consistido en destruir la posibilidad de España progresivamente. Nuestro país está anclado en el pasado y así es evidente que no podemos avanzar como sociedad porque la España en la que vivimos no es nuestra, sino de nuestros antepasados. Se puede ver, por tanto, que el cambio es ya más que necesario. Y para cambiar algo, primero debemos comprenderlo, y antes de eso, amarlo. Lo amado nos parece imprescindible y pasa a formar parte de nosotros.

Para concluir, creemos en el humanismo como solución para el problema cultural de España, pues el pensamiento y la perspectiva que los miembros de una nación tienen se extiende a todos los ámbitos de la vida. En la cultura está la vida misma: la economía, la política, las artes, etc. La cultura es nuestro pilar fundamental y del cual deberíamos partir para conseguir ese cambio que necesitamos.


Clara Barquín Velasco, Paula Fernández Bernaola y Gabriela Serrano da Silva


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